domingo, 12 de abril de 2009





En los alrededores del Monte SINAI

Se levanta con la extraña sensación de que tiene que salvar a una mujer. Todas las noches sueña con ella, pero ¿quién es ella?, ¿por qué está todos los días en su mente? Ella es alta, rubia, ojos verdes, en su cuello le cuelga una moneda de oro con la imagen de Santa Catalina de Alejandría y se viste con ropa extraña: lleva pantalones y una camisa, como los hombres.

Fija su mirada en el infinito, pensativa, muchas veces cierra los ojos, con el objeto de retener algo, no sé si es el llanto, el dolor o la tristeza y un segundo después los abre, y veo el iris de sus ojos más brillante.

Ladea su cara hacia la derecha, sonríe tristemente, y con el dedo índice traza círculos por sus labios, cara y cuello. Con esa acaricia recuerda la última vez que la besaron.

Con esa inquietud, sale de sus aposentos, se mira al espejo y observa cómo su cuerpo se está ensanchando y sus curvas son más redondas. Sonríe y piensa para sus adentros: fruto de una noche de amor; durante un instante él fue sólo mío, a ti, en cambio, sangre de su sangre, te tendré para siempre.

Va directamente hacia la Abadía donde vivía su hermano con algunos monjes. Unos trabajaban en el campo, otros en la construcción o en la reparación de su propio monasterio, algunos se dedicaban a la crianza de los animales y los demás escribían o copiaban los manuscritos, y todos, asistiendo a los oficios religiosos, creían dar gusto a Dios.
El monasterio estaba cerca del castillo. Paseando se podían ver las inmensas tierras que abarcaban el dominio del monasterio Esto se había logrado mediante donaciones, según decían, algunas del rey o de los nobles y hasta del pueblo en general.

Toda la producción de estas tierras era para el monasterio que, además, percibía rentas, explotaba bosques, cobraba derechos de paso por sus territorios, e impuestos por las actividades económicas que se realizaban en ellos, recogiendo, también, las primicias de las tierras.

Los monjes no se podían quejar; vivían mucho mejor que los campesinos, podían comer dos veces al día, estaban resguardados del calor y tenían un sitio para dormir.

Su hermano, hombre culto y soñador, quería fomentar la cultura en el pueblo, roturar nuevos terrenos, perfeccionar sistemas agrícolas, enseñar oficios y cultivar las bellas artes: transmitiendo los escritos clásicos de la antigüedad, copiando manuscritos en el scriptorium de sus conventos, enseñando la música y el canto en la “schola” y haciendo al pueblo partícipe de la sabiduría monacal. Él mantenía el ideal de una persona culta en medio de una sociedad violenta y casi analfabeta.

El monasterio, separado del mundo por la clausura, formaba una familia de la que el abad era padre y donde todo era común. La regla obligaba a la lectura y al trabajo manual: “ora et labora”: reza y trabaja.

No era habitual que una mujer les visitara, pero ella tenía un permiso que le concedió el Papa. Así que, de vez en cuando, va a ver a su hermano. Normalmente le lleva algunos regalos, sobre todo manuscritos de la cultura griega y romana procedente del legado de la familia, y era su deseo que conservasen y estudiasen la historia y la literatura antigua, ora copiando detallada y minuciosamente por los monjes en el scriptoria o scriptorium, ora siendo los propios testigos de la historia en el paso del tiempo.

Estaba convenciendo a su hermano para que construyese una ermita, encima de la gruta existente al lado del monasterio, para dar culto a Santa Catalina de Alejandría.

La santa nació en Alejandría, Egipto, en el 290, en el seno de una noble familia, dotada con una gran inteligencia destacó, en seguida, por sus muchos estudios y extensos conocimientos. Tras una noche en la que se le apareció Cristo, decidió consagrarle su vida, considerándose, desde entonces, su prometida.

El emperador Maximiano acudía a Alejandría y Catalina deseaba convertirlo al cristianismo. El Emperador se enfadó y para ponerla a prueba, le impuso un debate filosófico con cincuenta sabios, a los que trataría de convertir. Lo logró, lo que provocó la ira del Emperador que hizo ejecutar a los sabios, no sin antes proponer a Catalina que se casara con uno de ellos, a lo que se negó.

El emperador ordenó que la torturaran utilizando para ello una maquina que tenía unas ruedas guarnecidas con pinchos. Pero las ruedas, milagrosamente, se rompieron al tocar el cuerpo de Catalina y el Emperador ordenó su muerte y fue decapitada..
Cada vez que iba al monasterio y antes de ver a su hermano, le enseñaban cómo avanzaban las obras


El monasterio se componía de diversas partes y estancias:
La Iglesia, lugar de oración, era el edificio principal y alrededor de él se iban alzando las dependencias necesarias. La iglesia se empezaba a construir por el ábside y en torno a ella se construía el resto. La Iglesia tenía fácil comunicación con las celdas de los monjes a través de una escalera interior y con el claustro
El claustro estaba construido al lado de la nave sur de la iglesia y por una puerta se accedía directamente a ésta, alrededor del claustro estaban distribuidas las estancias de mayor uso para la vida de los monjes
El claustro era de planta cuadrada y cada uno de los cuatro lado recibía el nombre de panda. En el centro había un pozo y en el espacio restante un jardín con cuatro caminos.
Cada panda tenía una galería cubierta limitada por arcadas. En la panda cerca de la iglesia, se hallaba una pequeña estancia, la pequeña Biblioteca llamada armariolum o armarium y en él se depositaban los libros litúrgicos y los de lectura de los monjes.
En la panda sur, estaba el calefactorio, donde descansaban los monjes y entraban en calor. Al lado, el refectorio o comedor y colindante con él, la cocina. A la panda oeste, se solía llamar de legos o de conversos y tenía el callejón, también de legos, por el que éstos entraban y salían y a lado estaba la cilla o despensa con la bodega.
A continuación, se hallaba la sala capitular, es el lugar donde se leían los capítulos de la regla de la orden y donde su hermano organizaba las distintas tareas a seguir por los monjes.
Las celdas de los monjes se situaban en el piso superior. Más allá del scriptorium estaba el huerto, la enfermería y el locutorio. Los establos, lagares, molinos, etc., y también el cementerio se encontraba en el terreno monacal.

Su hermano le esperaba en el jardín con los brazos abiertos y le dio un gran abrazo.

Mientras caminaban su hermano le dijo: Hermana, ¿quieres seguir con el embarazo, se te ha empezado a notar, piensa que no estas casada y pronto empezarán las habladurías? –dijo sigilosamente- no queriendo que nadie le oyera.

¡Ay, querido hermano qué importancia tienen ahora las habladurías!, dime, qué es lo que realmente importa, tendremos un heredero en la familia y será hijo de nobles,-argumentó

Vengo para insistirte que construyas la ermita, dijo cambiando de tema.

Hermana, no cambies de tema, acuérdate que soy un hombre público, sería una mancha para mi carrera- le reprocha el abad

¿Tanta importancia le das?, Está bien, me marcharé de la ciudad. Con una sola condición: que construyas la ermita -para ella la felicidad de su hermano es lo más importante, pero el amor que siente como madre supera a cualquier otro.

Miriam se da la vuelta dejando a su hermano y llena de furia y rabia sale del monasterio, sabiendo ya cuál será su próximo destino.

Al caer la noche, sale de sus aposentos, mirando por última vez los anchos muros de piedra con sus pequeñas ventanas, pasa por la cámara medieval donde los caballeros estaban hablando de la guerra y sus primas los escuchaban mientras bordaban.

Protege su cuerpo de los malos espíritus de la noche con una manta gruesa y deja atrás el castillo; tenía que huir de su familia y de su vida pasada, para volver a empezar en alguna otra parte.

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Cerca del Monte Sinaí, en otro lugar y en otro tiempo, una mujer estaba arrodillada a los pies de Santa Catalina de Alejandría. Ve la imagen, una talla de madera, con aureola tricolor: blanca, simbolizando la virginidad, verde por la sabiduría y roja por el martirio. En su mano izquierda, llevaba la palma, señal que había fallecido mártir, y el libro de los Evangelios. Mientras pedía que desparecieran las nauseas matutinas y se escuchaba el goteo del agua que procedía de la gruta.
Su busca emitió un pitido y en la pantalla le indicó un lugar, salió de la gruta y se dirigió a dicho lugar.
Entró en la casa ya acordonada por la cinta azul y blanca de la policía científica, llevando colgada al cuello su identificación y una medalla de oro de Santa Catalina de Alejandría. El asesinato se cometió en el interior de la casa, María observó el lugar de los hechos.
Encontró una huella del sospechoso en el timbre y en la manivela de la puerta.
Descubrió en el suelo huellas de pisadas, con un rastro de tierra sobre el parqué flotante. Ella saboreo la tierra, le pareció ácida y con un sabor de hierro. Pudo ver que había unas pequeñas hojas granates, como de arce, por lo que pidió la lista de los jardines japoneses en los que hubiera ese arbusto.
Recorrió con la mirada la dirección de las huellas, y vio que el final de la hilera se dirigía al dormitorio
En la mesilla había un despertador, la alarma estaba para que sonora a las seis y treinta, nadie la había desconectado eso quería decir que la hora del asesinato debería de ser antes de esa hora, si no la víctima lo hubiera apagado.
La encontró tendida en la cama, con los pies colgando y un disparo en mitad de la frente. Miró detenidamente la herida que era de contacto firme, se veían los bordes negros y quemados a partir de los que se irradiaban desgarros; la herida era de forma estrellada y profunda, por lo que se podría deducir que la arma seria una Mágnum 0357.
Se encontraron salpicaduras que se proyectaban en todas las direcciones hasta una distancia del orificio de entrada de unos setenta centímetros.
Aparentemente, el motivo no era el hurto. Por otro lado no había violencia, todo era muy limpio y exacto. María supuso que el asesino conocía a la victima y a sangre fría la mató.
María, forense de profesión, estaba dejando atrás una relación tempestuosa y apasionada, y al final había habido dolor, decepción sufrimiento y traición.
En uno de los viajes que realizaba, no sabía muy bien si para buscar su origen o la paz de su alma, su destino era Alejandría. Paseando por una aldea alejada de la mano de Dios, entró en una tienda de antigüedades buscando un recuerdo para llevárselo a su nueva casa; en cada viaje compraba un recuerdo para decorar
En esa tienda de antigüedades, en la parte trasera había una habitación como una especie de templo, un hombre disfrazado de faraón con las galas de sumo sacerdote, a su izquierda tenía una tinaja, llena de agua sagrada de un determinado lago, para purificarse y el ritual debería ser al alba, pero en este caso sería una excepción y a la izquierda estaba el Dios Naos.
Mientras las sacerdotisas cantaban y depositaban las ofrendas sobre la mesa, el sacerdote se quedaba solo recitando una formula: Soy el esclavo de Re, soy el sacerdote puro, puesto que me he purificado. Mis purificaciones son las purificaciones de los dioses.
Una puerta se abrió descorriendo un cerrojo y rompiendo un sello y tras él, saltó un segundo sello y mientras se abrían las puertas, el dios era una estatua de madera que mediante la imposición de sus manos el sacerdote le devolvía el alma y se despertaba.
El sacerdote se acerco a mí, me toco las manos y sentí como un escalofrío que recorrió mi cuerpo, empecé a marearme, no sé si fue por el incienso y me dio a beber, en un vaso de piedra de las zonas rocosas del valle del Nilo
En ese momento toda la tensión acumulada en estos años desapareció y pase a un estado de flotación, mi cuerpo era ligero como una pluma y me desplacé a otro sitio, en otro lugar y vi a una mujer bebiendo en un vaso de piedra.
Cuando se dan estos casos se abre una barrera, el tiempo y el espacio no existen y las dos almas quedan unidas para toda la vida María es Miriam y Miriam es María.

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